No sirvo como mujer
Hacía mucho tiempo que Carla quería ser madre. Pero por ciertas circunstancias laborales y de reubicación, ella y su pareja lo habían pospuesto hasta tener una situación un poco más estable. ¡Al fin se habían decidido! Y ella estaba realmente entusiasmada con la perspectiva de cumplir su deseo tanto tiempo esperado. Soñaba con acunar a su bebé mientras le cantaba las canciones más tiernas, soñaba con darle el pecho, soñaba con sus manitas y piececitos, soñaba con verlo chapotear en el agua de la bañera, soñaba con su olor… Sin embargo, la realidad le dio una buena dosis de amargura. Carla sufría en soledad. Pasaron muchísimos meses y el bebé no venía. Todos y cada uno de ellos, lloraba desconsolada cuando aparecía la menstruación. Y se escondía en su habitación para que ni siquiera su querido compañero pudiera verla en ese estado de desolación. Una bola oscura se hacía más y más grande en su garganta y crecía su angustia. No quería compartirlo con nadie: “van a pensar que es una tontería y que estoy obsesionada con el tema” y se encerraba más en sí misma. Un día llegó al límite y llorando se abrazó a su amor y le dijo: “ya no puedo más” y le transmitió su desesperación. “No te preocupes Carla mi amor, vamos a buscar ayuda en un especialista”. Y comenzó la larga búsqueda de la razón de aquella infertilidad. En principio, las cosas básicas estaban bien: espermatozoides, hormonas masculinas y femeninas, anatomía del útero, las trompas y los ovarios… unas vitaminas por aquí y por allá para estimular la fecundación y paciencia, les dijeron.
Los meses seguían pasando y Carla tenía que escuchar esos comentarios que tanto la dañaban: “bueno, ¿y vosotros los niños para cuándo?”. Ella tragaba saliva, sonreía y con vergüenza susurraba: “un poco más adelante lo iremos intentando” y a la vez, moría un poco por dentro. La bola negra de su garganta creció tanto que se resquebrajó y la mitad fue a parar a su corazón. Su amor la apoyaba, hicieron planes, viajaron por el mundo haciendo las cosas que más les gustaban, pero Carla sólo podía pensar: “¿por qué no puedo ser madre, si es lo que más quiero?”. Y los pensamientos negativos se agolpaban en su cabeza: “seguro que es por la edad, no deberíamos haber esperado tanto”; “no sirvo como mujer, ni siquiera puedo cumplir mi papel como mujer, no soy una mujer entera”; “esto es culpa mía, soy yo la que no puede albergar vida dentro de mí”. Y cargó con una pena de la que no se podía deshacer.
Un día hablando con su cuñada, Carla se abrió y le contó que estaba pasándolo muy mal. “Oye ¿tú no tienes unas reglas muy dolorosas? Te lo digo porque a una amiga también le pasaba. No era capaz de tener hijos y descubrió que tenía endometriosis”. Carla, que estaba cansada de escuchar casos de gente que no podían quedarse embarazadas y al final lo conseguían, no le dio mucha importancia. Sin embargo, lo consultó con el especialista, que ya le había programado una laparoscopia para confirmar que en el sistema reproductivo estaba todo en orden. “También miraremos si hay endometriosis”. Llegó el día de la operación y Carla estaba bastante nerviosa por la anestesia general. Al fin despertó y, cuando estuvo más consciente, el médico pasó a explicarle cómo había ido el procedimiento. Lo único que escuchó Carla con claridad fue: ” …sí, tenías endometriosis en la pared del útero y una de las trompas, así que hemos limpiado el tejido…”. Las lágrimas brotaron sin freno, eran de alegría. Por fin sabía que todo ese tiempo había habido un impedimento y que ahora parecía que podría haber desaparecido.
A los siete meses Carla descubrió que estaba embarazada de forma natural. Y su vientre albergó vida. Y creció de amor y de alegría. Y acunó a su bebé mientras le cantaba dulces nanas. Y besó sus manitas y sus pies. Le dio el pecho y lo bañó. Y le olió su pequeña cabecita un millón de veces.
Esta historia tiene un final feliz porque a Carla le llegó por casualidad una información valiosa. La infertilidad femenina es un tema, a veces, tabú que restringe el conocimiento de ciertas enfermedades o problemas relacionados con la concepción. La sociedad idealiza el hecho de que la mujer está preparada para ser madre cuando quiera, es su rol, su misión. Y cuando la mujer no puede cumplirlo, se llena de un sentimiento de culpa e inutilidad. De aquí deriva la importancia de la comunicación y la información, porque no a todas les ocurre que “a la primera que nos pusimos a intentarlo, me quedé embarazada”. Porque el silencio aísla. Lo que aprendió Carla de su experiencia es que no volvería a encerrarse en sí misma ante una situación así. Empezó a hablar de su endometriosis y de su angustia por no ser capaz de crear vida y se encontró con muchas otras mujeres en situaciones parecidas, que no hablaban de ello.
Desde Aliadas e. V. te animamos a compartir tus experiencias en la maternidad, proceso que empieza desde el momento en que deseas ser madre. Un camino en el que las mujeres no debemos ni estamos solas. Si te sientes aislada e incomprendida, en nuestra red ofrecemos la oportunidad de buscar asesoramiento, apoyo y acompañamiento. No somos expertas en infertilidad, pero podemos orientarte sobre dónde buscar los especialistas necesarios y/o contactar con personas que hayan pasado por algo similar. Nacemos mujeres y somos mujeres con o sin concebir. Podemos ser madres, pero también somos tías, hermanas, amigas y compañeras.
Autora
Laura Torres Benito
NOBEL FEMENINOS
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